El Vaticano confirmó otra vez a Juan Barros como obispo de Osorno. El primer
requisito para ser un monseñor confiable es ser un encubridor de todo, sin Dios
ni ley, sin importar la dimensión o profundidad de los delitos o abusos de los
clérigos. Si no eres capaz encubrir con habilidad y sagacidad los crímenes y
fechorías de los sacerdotes jamás ascenderás, jamás serás nombrado obispo. Esa promesa
vacía del papa Francisco de acabar con los abusos sexuales y delitos del clero,
es un mensaje sólo para los idiotas de siempre. Sí al secretismo, no a la
transparencia, reza el dogma, la jurisprudencia. A Roma le importa un comino
que los sacerdotes honestos estén enojados, que el rebaño esté indignado y que
los analistas continúen sorprendidos con la fenomenal y sobrenatural hipocresía.
El cardenal Ezatti se sintió molesto porque interrumpieron la sagrada misa con
globos negros. Nunca mostró la misma ira con los niños y jóvenes abusados por
el sicópata de Karadima, o con Cox, o con O Reilly. La conferencia episcopal
chilena se alineó con la bellaquería, con la cobardía suprema de siempre. La ética
es un entorpecimiento. El Romano Pontífice es coherente a nombrar a inmundos en
los cargos eclesiásticos de responsabilidad. Siempre ha sido igual. Un presbítero
limpio no tiene posibilidades de militar en la jerarquía. Si un cardenal u
obispo lleva de las orejas a un sacerdote putrefacto a los tribunales de
justicia lo dan de baja, lo excomulgan. Es imprudente actuar de frente, con la
verdad, a cara descubierta. Eso de que “el buen pastor da su vida por las
ovejas” está dedicado sólo a los que creen en la Biblia, a los creyentes en
Cristo. Un obispo es cómplice de todo tipo de barbaridades por vocación
apostólica. El silencio protector y manipulador es su paradigma, su arcángel. A
la impúdica Madre Iglesia se le defiende siempre tenga o no la razón, a ojos
cerrados. Las víctimas y los peatones bautizados se sientes aplastados y
humillados una vez más, como siempre, por los supuestos sucesores de Pedro. El papa
Francisco predica pero no practica, con habilidad jesuita. La Santa Sede nunca
le ha tenido miedo al infierno, su dulce hogar. Cada vez que se presenta la oportunidad
la iglesia católica muestra su macabro rostro y conducta, intentando vanamente
disimular. Un cardenal de estirpe es un sepulcro blanqueado. La mafia gay
clerical es más poderosa de lo que se piensa y el serafín con más peso es el
dinero. Maricones unidos, jamás serán vencidos. Son guías espirituales con las
manos en los testículos del prójimo, para empezar. Cuando Juan Barros habla de
proteger a los niños o de la probidad en la homilía se pone rojo como un
tomate, los otros curas no, porque no han sido sorprendidos. Fernando Karadima
cumple con el típico perfil de un “fabricante de obispos”, que la iglesia
requiere y aplaude. En un acto coherente el testigo y partícipe de
inmoralidades es nombrado obispo, como recompensa. El vicario comunica que no
hay razones objetivas para enviar al rijoso Barros al zócalo de Lucifer. En la cima un presbítero macho y sano es
mirado con recelo. En el reino de las tinieblas un hombre como Juan Barros es
confiable. Hay pelotudos que piensan que el episcopado es restaurable. Como por
ironía del destino el mandato del Santo Padre o Santo Padrino al flamante
obispo es que se preocupe por los más pobres, por los más desvalidos y vulnerables.
Del blog índice LAS SOTANAS DE SATÁN
NO SEAS CATÓLICO
(índice: una santa e irresistible invitación)
http://noseascatolico.blogspot.com

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