martes, 31 de marzo de 2015

CON EL CORAZÓN EN EL BARRO


El Vaticano confirmó otra vez a Juan Barros como obispo de Osorno. El primer requisito para ser un monseñor confiable es ser un encubridor de todo, sin Dios ni ley, sin importar la dimensión o profundidad de los delitos o abusos de los clérigos. Si no eres capaz encubrir con habilidad y sagacidad los crímenes y fechorías de los sacerdotes jamás ascenderás, jamás serás nombrado obispo. Esa promesa vacía del papa Francisco de acabar con los abusos sexuales y delitos del clero, es un mensaje sólo para los idiotas de siempre. Sí al secretismo, no a la transparencia, reza el dogma, la jurisprudencia. A Roma le importa un comino que los sacerdotes honestos estén enojados, que el rebaño esté indignado y que los analistas continúen sorprendidos con la fenomenal y sobrenatural hipocresía. El cardenal Ezatti se sintió molesto porque interrumpieron la sagrada misa con globos negros. Nunca mostró la misma ira con los niños y jóvenes abusados por el sicópata de Karadima, o con Cox, o con O Reilly. La conferencia episcopal chilena se alineó con la bellaquería, con la cobardía suprema de siempre. La ética es un entorpecimiento. El Romano Pontífice es coherente a nombrar a inmundos en los cargos eclesiásticos de responsabilidad. Siempre ha sido igual. Un presbítero limpio no tiene posibilidades de militar en la jerarquía. Si un cardenal u obispo lleva de las orejas a un sacerdote putrefacto a los tribunales de justicia lo dan de baja, lo excomulgan. Es imprudente actuar de frente, con la verdad, a cara descubierta. Eso de que “el buen pastor da su vida por las ovejas” está dedicado sólo a los que creen en la Biblia, a los creyentes en Cristo. Un obispo es cómplice de todo tipo de barbaridades por vocación apostólica. El silencio protector y manipulador es su paradigma, su arcángel. A la impúdica Madre Iglesia se le defiende siempre tenga o no la razón, a ojos cerrados. Las víctimas y los peatones bautizados se sientes aplastados y humillados una vez más, como siempre, por los supuestos sucesores de Pedro. El papa Francisco predica pero no practica, con habilidad jesuita. La Santa Sede nunca le ha tenido miedo al infierno, su dulce hogar. Cada vez que se presenta la oportunidad la iglesia católica muestra su macabro rostro y conducta, intentando vanamente disimular. Un cardenal de estirpe es un sepulcro blanqueado. La mafia gay clerical es más poderosa de lo que se piensa y el serafín con más peso es el dinero. Maricones unidos, jamás serán vencidos. Son guías espirituales con las manos en los testículos del prójimo, para empezar. Cuando Juan Barros habla de proteger a los niños o de la probidad en la homilía se pone rojo como un tomate, los otros curas no, porque no han sido sorprendidos. Fernando Karadima cumple con el típico perfil de un “fabricante de obispos”, que la iglesia requiere y aplaude. En un acto coherente el testigo y partícipe de inmoralidades es nombrado obispo, como recompensa. El vicario comunica que no hay razones objetivas para enviar al rijoso Barros al zócalo de Lucifer.  En la cima un presbítero macho y sano es mirado con recelo. En el reino de las tinieblas un hombre como Juan Barros es confiable. Hay pelotudos que piensan que el episcopado es restaurable. Como por ironía del destino el mandato del Santo Padre o Santo Padrino al flamante obispo es que se preocupe por los más pobres, por los más desvalidos y vulnerables.



Del blog índice LAS SOTANAS DE SATÁN

NO SEAS CATÓLICO
(índice: una santa e irresistible invitación)
http://noseascatolico.blogspot.com









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